Hejer Charf

Abonné·e de Mediapart

55 Billets

1 Éditions

Billet de blog 15 septembre 2021

Hejer Charf

Abonné·e de Mediapart

Afganistán: Los derechos de las mujeres y la propaganda de guerra

Sin Permiso, República y socialismo, también para el siglo XXI, a traduit en espagnol, mon article : Afghanistan : les droits des femmes sont une propagande de guerre. Nous sommes des millions à appartenir à la même communauté d’idées au-delà de toutes nos différences. Muchas gracias de soutenir l’appel de SOLIDARITÉ DES PEUPLES AVEC LE PEUPLE AFGHAN ET LES FEMMES AFGHANES.

Hejer Charf

Abonné·e de Mediapart

Ce blog est personnel, la rédaction n’est pas à l’origine de ses contenus.

Illustration 1
par Hejer Charf

https://www.sinpermiso.info/textos/afganistan-los-derechos-de-las-mujeres-y-la-propaganda-de-guerra#_ftn1

Las imágenes triunfantes de las mujeres afganas que se despojaron de sus burkas, hace veinte años, son tan tristes y vulnerables como las imágenes de las mujeres aterrorizadas por la victoria de los talibán hoy.“Hemos de preguntarnos si la invasión de Afganistán tuvo claramente lugar en nombre del feminismo y bajo que forma de feminismo se ha revestido tardíamente”, escribe Judith Butler.

Reviso las imágenes triunfantes de las mujeres afganas despojándose de sus burkas hace veinte años, gracias al ejército norteamericano. De pronto esas imágenes me parecen banales, vanas; también son tan tristes y vulnerables como las de las mujeres aterrorizadas por la victoria talibán actual. “Son botín de guerra, son objetivos militares. En ese sentido, podemos decir que la cara, en todos los casos, está desfigurada, y es una de las consecuencias filosóficas y visibles de la propia guerra” Judith Butler (1)

En noviembre de 2001, después de la invasión por Estados Unidos y sus aliados, George Bush, declaró: “La bandera norteamericana ondea de nuevo sobre nuestra embajada(…) Hoy, las mujeres son libres(…) Las mujeres y las niñas de Afganistán estaban presas en sus propias casas, se les prohibía trabajar o estudiar”. El 15 de agosto de 2021, los talibán conquistaron Kabul y tomaron el poder en Afganistán. Los yihadistas afirmaron sin ambages: “Las mujeres han sido las principales víctimas de más de cuarenta años de crisis en Afganistán. El emirato islámico de Afganistán ya no quiere que las mujeres sean víctimas. Está preparado para ofrecerles un entorno de trabajo y de estudio y un lugar en las diferentes estructuras acorde con la ley islámica y nuestros valores culturales”.

La cara moderna de los fundamentalistas islámicos, difícilmente convence. Las mujeres afganas no creen ni una sola palabra de su supuesto discurso moderado. El arte de servirse de las mujeres es una vieja añagaza de guerra que los norteamericanos y los mulás emplean sin vergüenza.

La liberación de las mujeres es una coartada repetida por los norteamericanos para justificar una “guerra contra el terrorismo” que ha destrozado Afganistán, entre los países más pobres del mundo, matado a cientos de miles de civiles; entregado el poder a una clase política corrompida de los señores de la guerra; reforzado y legitimado a los extremistas religiosos. La intervención norteamericana benefició a las mujeres que viven en Kabul y en las grandes ciudades. Son educadas y profesionales: periodistas, médicos, artistas, funcionarias y otras. Transformaron sus comunidades, sus ciudades. Las campesinas que vivían cerca de las zonas de conflicto, estaban sometidas al orden tradicional tribal y no tenían acceso a nada. El 70% de las mujeres afganas son analfabetas. Estados Unidos pretendía haber logrado su misión de educar al pueblo afgano. Azmat Khan, periodista de investigación norteamericano, estudió las escuelas de Afganistan: Ghost Students, Ghost Teachers, Ghost Schools (Estudiantes fantasmas, enseñantes fantasmas, Escuelas fantasmas)

“He pasado mucho tiempo investigando las escuelas financiadas por Estados Unidos en Afganistán, Una actuación que se quería considerar como el éxito intocable de la guerra y que pretende que Estados Unidos, en estos veinte años, ha transformado radicalmente la educación de los jóvenes y en concreto de la niñas. He examinado ampliamente las escuelas financiadas por EE.UU. Escogí 50 escuelas en 7 provincias situadas en zonas de guerra, fui a Afganistán a verlas: el 10% de esas escuelas nunca fueron construidas o ya no existen. En su gran mayoría están en ruinas. Por ejemplo, faltaba una escuela. Se demostró que se construyó en la aldea de un célebre jefe de la policía afgana aliado de EE.UU., Abdul Raziq, conocido por numerosas violaciones de los derechos humanos. Y el jefe de educación local dijo: Sí, aquí la construimos, pero no ha habido ningún niño en esta aldea durante tres años, así pues ningún estudiante ha venido a la escuela, que nunca se abrió. En otro caso, la escuela a la que llegué estaba vacía, la construcción inacabada, nunca se terminó y todos los niños estaban al otro lado de la calle en una mezquita recibiendo educación religiosa y no el programa inscrito en los libros, Intenté saber qué había pasado; parece ser que el contrato de construcción de la escuela se le dio al hermano del gobernador del distrito que escamoteó el dinero y la escuela nunca se terminó(…) Así, algo tan noble y digno de esfuerzo como la educación, se empantanó con este tipo de corrupción y comisiones. Y si tuviésemos que entender porqué. Creo que los objetivos de la lucha contra el terrorismo se integraron en cada uno de los aspectos del proyecto norteamericano en Afganistán.” (2)

Las guerras están tejidas de mitos y mentiras, pero la democracia, las libertades, los derechos de las mujeres solo pueden surgir en un pueblo soberano, en un país independiente; decenios de ocupación, de imperialismo norteamericano, de fanatismo religioso, de guerra civil, han puesto minas en cada pedazo de la tierra de Afganistán; minas que explotan en manos de los afganos progresistas, demócratas que quieren construir una nación libre, segura.

Joe Biden dice que Estado Unidos no fue a Afganistán para construir una nación, ni para liberar a las mujeres, sino para proteger su país de ataques terroristas. Los objetivos de la invasión, anunciados en 2001: capturar a Bin Laden, destruir Al-Qaeda, derrotar al régimen de los talibán. El presidente Biden pone en práctica el acuerdo firmado por Donald Trump y los talibán, sin la presencia del gobierno afgano, en Doha el 29 de febrero de 2020: los norteamericanos y los talibán se comprometen a no atacarse mutuamente. Un buen acuerdo entre mercenarios. Después de ellos, el diluvio.

Biden, cuyo cinismo aumenta cada día, rechaza cualquier responsabilidad respecto al pueblo afgano y acusa, sin cortarse un pelo, al ejército afgano de no luchar por su propio pueblo. Hay que preguntarse si Joe Biden continúa teniendo pequeños lapsus, como cuando llamó a Donald Trump, George. Estados Unidos, olvida su parte de brutalidad en la violencia que sacude al mundo. Y Afganistán es el ejemplo funesto. No reconocen las consecuencias históricas trágicas de su desestabilización en Afganistán durante los 80 y su apoyo a los muyaidines. Las invasiones, las injusticias arrogantes norteamericanas, engendran generaciones de enemigos. El ejército afgano que Bush y los demás han puesto en pie, se compone ampliamente de soldados rasos en su mayoría analfabetos. Después de una mínima instrucción y con manuales que no sabían leer, los enviaron al frente. A menudo, no percibían sus salarios o los mandos robaban los suministros alimentarios para revenderlos en el mercado, Más de un soldado de cada cinco, murió. La policía nacional y el ejército afgano, más de 66.000 muertos; los militares norteamericanos, 2.448 muertos; los civiles afganos, más de 47.245 muertos. Bajo la administración Obama, Afganistán se convirtió en el país del mundo más bombardeado por drones.En 2019, Trump batió el record lanzando 7.423 bombas sobre la población afgana. Afganistán fue el terreno de prueba de nuevas armas de los norteamericanos. En 2017, emplearon la bomba no nuclear más potente nunca utilizada, “la madre de todas las bombas: MOAB. 

https://www.washingtonpost.com/graphics/2019/investigations/afghanistan-papers/afghanistan-war-confidential-documents/

Durante varios años, Afganistán no ocupaba los titulares; era el país de la guerra olvidada -The Forgotten War-, 20 años de guerra sin vencedor, sin estrategia. En 2003, dos años después de la invasión,Estados Unidos se desentendió de Afganistán, fueron a destruir otro país, Irak, en nombre de la democracia esta vez. Estados Unidos niega gran parte de su responsabilidad en la desestabilización y la destrucción de esta región del mundo.

Malalai Joya, la célebre diputada feminista afgana, de 2005 a 2007, expulsada del parlamento por sus claras palabras, no ha cesado de alertar: “no puede haber democracia real en un país sometido a los fusiles de los señores de la guerra, a la mafia de la droga y a la ocupación. Hamid Karzai y los occidentales, son los cómplices de esos criminales. EE.UU. y sus aliados criminalizan a nuestro herido país, creando una tierra donde abundan las guerras tribales y donde el poder pertenece a los propietarios de campos de amapola. Los señores de la guerra, de la droga y de las ONG: la santa trinidad de la corrupción. No hay más que una solución a los males de Afganistán: poner al frente a las fuerzas democráticas y no a los señores de la guerra. LA VIDA DE UNA MUJER EN AFGANISTAN VALE TANTO COMO LA VIDA DE UN PÁJARO. La única forma de hacer avanzar la democracia en nuestro país sería proteger y sostener a los intelectuales y los partidos democráticos existentes. Aquí hay partidos políticos, activistas políticos y trabajadores sociales. ¿Por qué ningún dirigente occidental quiere reconocer la existencia misma de una fuerza progresista en Afganistán que pudiese surgir y jugar un auténtico papel?

Esta guerra debía acabar. Acabó en el sitio en que se inició; no es muy extraño, pero es  extremamente repugnante. Una vez más, el pueblo afgano es arrojado al infierno. Miles de personas tratan desesperadamente de subir a un avión para escapar del régimen sanguinario de los talibán. Muertos, heridos en el caos del aeropuerto de Kabul. Un afgano enganchado a un avión militar norteamericanoo entre cielo y tierra, cae muerto.

Esta imagen es tan horrible como la del World Trade Center, “the Falling Man”, un norteamericano, por los aires, en caída libre, a punto de morir. Las dos imágenes no se vengan una de otra, son víctimas del mismo horror, proclaman su vulnerabilidad, su humanidad común, nuestra responsabilidad. “La cara es la otra que me pide no dejarle morir solo, como si dejarlo fuese hacerme cómplice de su muerte.(…) En la ética, el derecho a existir del otro tiene predominancia sobre el mío, una predominancia que resume el mandamiento: No matarás, no pondrás en peligro la vida de otro”, escribe Lévinas.

Estado Unidos han perdido la batalla, se han retirado, dejando detrás sufrimiento, temor e incertidumbre. Joe Biden ni ha hecho una estrategia de salida de la guerra para proteger a los más vulnerables, las mujeres que quedan en peligro de sumisión, de muerte. Los talibanes comienzan ya a hacer el puerta a puerta, estableciendo listas de personas a eliminar. ¿Puede admitirse que el ejército más poderosamente armado del mundo, no pueda evacuar a algunos miles de personas?

La respuesta: las mujeres afganas, los afganos necesitan la solidaridad de los pueblos; los movimientos sociales del mundo han mostrado su fuerza de choque. Hoy quien dice mujeres afganas, dice solidaridad.

La llamada de Malalai Joya que ha elegido vivir y resistir en Afganistán: “Mi pueblo, pueblo sin voz y sufriente de Afganistán. Pido la solidaridad de los pueblos del mundo amantes de la justicia. Pedimos la solidaridad del movimiento pacifista; de los movimientos laicos, amantes de la paz y la justicia; los movimientos feministas: No dejéis caer al pueblo afgano. No les permitáis que olviden de nuevo a Afganistán. Estos terroristas que les han llevado al poder y esta guerra a la que está sujeto el destino del pueblo afgano”. (3)


(1) Vie précaire. Les pouvoirs du deuil et de la violence après le 11 septembre 2001, Judith Butler, traduit par Jérôme Rosanvallon et Jérôme Vidal, Éditions Amsterdam, 2005

(2) Mi traducción. entrevista en Democracy Now!, 17 agosto 2021

(3) Mi traducción, entrevista en Democracy Now!, 15 julio 2021

Hejer Charf Directora de cine tunecino-canadiense. Traducción: Ramón Sánchez Tabarés

Ce blog est personnel, la rédaction n’est pas à l’origine de ses contenus.