De la guerra cognitiva
“¿Y quién le vas a creer, a mí o a tus propios ojos?”
Hermanos Marx, Sopa de ganso, 1933.
¿De qué se trata la guerra cognitiva? El profesor Bernard Claverie, del instituto Politécnico de Burdeos, nos brinda una posible definición en una entrevista realizada en febrero de 2025. “La aproximación en términos de guerra cognitiva trata al pensamiento como un objeto material, a partir de puntos de vista convergentes que provienen de diferentes campos del conocimiento: las neurociencias, la lingüística, la psicología, la filosofía y las ciencias de lo numérico (digital), lo que incluye la Inteligencia artificial. Los resultados muestran que es posible apuntar con precisión los propios procesos cognitivos, y por lo tanto modificar el pensamiento del adversario”. Por parte de la potencia agresora, el fin último de la guerra cognitiva es alcanzar objetivos estratégicos contra el enemigo designado sin el uso de la violencia armada en un conflicto abierto. El logro es hacer que la sociedad atacada esté decidida para actuar en contra de los propios intereses. Para ello es necesario destruir la confianza en el destino común, acaparar la opinión pública, socavar las instituciones y si es posible hacer desconfiar al individuo hasta en la realidad cotidiana. Supone una división sin límites, tanto en lo general como en lo particular, hasta sembrar la duda y discordia en la propia conciencia de cada individuo. Y destruirla.
Consideremos entonces el campo de batalla. Cien mil millones de neuronas articuladas por millones de kilómetros de conectores (axones); entre diez mil y cien mil millones de contactos entre las neuronas (sinapsis); “una gigantesca red que orquesta nuestros movimientos, nuestras tomas de decisión, que interpretan lo que perciben nuestros sentidos y que es la sede de nuestra conciencia”. Al menos según el CNRS, el equivalente francés del CONICET. Todo acondicionado en una caja craneana que la devastadora mayoría de las personas tenemos atrás de las cejas, aunque antes de la nuca. Digamos todo. Ese es el cerebro humano, el territorio donde ya se libran las guerras del presente. Incluso el suyo. Sobre todo el de todos, puesto que la guerra cognitiva tiene un arma secreta que está a la vista. Si no la tiene en su mano ahora, seguro que está a mano. Siempre.
En efecto, según el informe de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, de las Naciones Unidas de 2023, “el 78% de la población mundial de diez años en adelante tiene un teléfono celular”, aunque los usuarios de internet se ubican en 67% del total. Existe una disparidad regional, pues en el continente americano, Europa y Asia el acceso a las redes rondan el 80%, mientras que en África llega apenas al 37%. Sobre la situación en Argentina, el reciente estudio Zubán Córdoba acerca de Medios de comunicación y noticias en Argentina no deja dudas. Allí leemos que el 64,8% consume las redes sociales para información política mientras el 34,4% prefiere los soportes tradicionales. Si bien todas las edades prefieren lo digital, existe una fuerte segmentación entre los más jóvenes que van a las pantallas en un 93,3% mientras entre los adultos mayores esa proporción baja al 55,2%. También vemos que más del 97% usa “smartphones” para acceder a Internet, donde permanece la friolera de 8 horas y 38 minutos por día, uno de los valores más altos del planeta. Al menos ahora sabemos que en la guerra cognitiva somos carne de cañón. Digital fodder.
Lo interesante es que las técnicas utilizadas en la guerra cognitiva son conocidas desde hace tiempo. Mucho tiempo. Así, en el siglo I antes de Cristo, Virgilio refiere en la Eneida que los aqueos dejaron a las puertas de Troya no sólo al caballo de madera, sino también a Sinón -un actor- que debía convencer a los troyanos que la trampa mortal era en realidad un regalo de los Dioses. Funcionó. Más cerca de nosotros, el publicista Edward Bernays (1891-1995) describe las modalidades para manipular la opinión pública en el Estados Unidos de los años 1920, y trabajó para gobiernos, políticos, corporaciones o asociaciones civiles. Por otra parte, el filósofo cristiano Jacques Ellul (1912-1994) analiza la genealogía del asunto en el libro “Propagandas” en 1962, donde advierte que es posible crear una persona “ingenua y crédula” tanto como “masiva y solitaria”, de momento que la propaganda es usada como “una fuerza de guerra”. Ellul nos alerta que cuando los medios son privilegiados antes que los fines queda en riesgo la democracia.
En esa perspectiva, si bien ninguna técnica de la guerra cognitiva es nueva, lo que sí cambió es la tecnología, o la posibilidad de aplicar esas técnicas en escalas nunca antes imaginadas con resultados que superan cualquier expectativa anterior. Presenciamos en vivo y en directo lo que es un “salto cualitativo”. En línea crítica con Hegel, Engels sostiene en el Anti-Durhing (1878) que observamos tal acontecimiento en el agua, que según la cantidad de temperatura puede cambiar de calidad al convertirse en hielo o en vapor. Este paso dialéctico sucede en las sociedades cuando pasamos de estructuras viejas a nuevas. La cantidad de modos de manipulación conocidos y ejercidos desde siempre se transforma en calidad gracias al arsenal tecnológico que parece no agotarse jamás. La guerra cognitiva congela a la política y nos convierte en vapor.
Pero cómo, ¿no era que “la guerra no constituye simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de la actividad política, una realización de ésta por otros medios”? Así lo escribía Clausewitz en De la Guerra (1832), y remata: “el propósito político es el objetivo, mientras que la guerra constituye el medio, y nunca el medio cabe ser pensado como desposeído de objetivo”. Por entonces, la política ordenaba las relaciones de poder hacia adentro y afuera de las naciones. Las potencias modelaban el mundo a imagen y semejanza. Pero hoy son los mercados, y en especial el sector financiero, quienes tienen la capacidad que ejercen al rehacer el mundo y las percepciones según la maximización de ganancias en el corto (cortísimo) plazo. Ya no se trata, como en la modernidad política que transitó Clausewitz, en persuadir a tirios y troyanos de la bondad de tal o cual acción, aunque suponga instalarles un caballo lleno de guerreros enemigos. En los tiempos de la anti modernidad de mercado que vivimos, no es necesario convencer ya que es posible controlar. A escala continental, estatal, de las sociedades, de algún sector en particular e inclusive susurrar al oído de cada uno que es necesario romper nuestras murallas de la conciencia para recibir el regalo mortal de los dioses del algoritmo. Ya deja de ser necesario gobernar las naciones desde lo político, basta con dominarlas desde lo cognitivo. En vez de actuar sobre la voluntad, se condiciona el sentimiento y el entendimiento, sin los cuales no hay voluntad posible. Las redes sociales son la continuación de la guerra por otros medios, esta vez digitales.
Al mismo tiempo, una guerra como la cognitiva que está basada sobre la destrucción de la razón, lo que anula el principio organizador del conflicto que es la política, pues es ella quien marca el principio de las hostilidades así como el final de la contienda. Entonces, una guerra sin perspectivas de paz es una guerra perpetua, donde no se busca quebrar la voluntad de lucha del enemigo, sino liquidarlo. Es que la guerra cognitiva es una guerra de exterminio, como lo podemos constatar a diario. ¿Y a quién le vas a creer, a la pantalla del Smartphone o a la realidad?