por Frédéric Lordon, 7 de febrero de 2023
Sucede en France 5, un canal exigente de servicio público, a fortiori al final de la noche, en un programa de debate distinguido y pulido. Estamos hablando del movimiento social. Nicolas Framont [ii] trata de explicar que el voto no es la única fuente de toda legitimidad política. Obviamente es una pérdida de tiempo. Bueno, no del todo: al menos hay espectáculo. Porque es una fiesta del espíritu. Fuera de la votación, "no hay otra posibilidad", y además "es así": de repente, Laure Adler[iii] soltó todo lo que tenía. Y dijo todo esto.
Sin embargo, Framont persiste. Votar es solo una forma de devolver legitimidad, hay otras, y las protestas por las pensiones [de jubilación] también pueden reclamar una legitimidad. Un corte visual asesino nos muestra a Laure Adler yuxtaponiendo un gesto evidente de ofendida y un gruñido de incomprensión. De hecho, es demasiado para ella, su pensamiento está empezando a desviarse [a volverse salsa bechamel]. Se le propone otro mundo, pero a costa del error-sistema; si hiciéramos zoom en sus ojos, veríamos los relojes de arena bloqueados.
La cabina de voto o nada
No hay un lugar de la editocracia donde este pensamiento no sea la verdad del evangelio: votar en las urnas como horizonte infranqueable de la "democracia". Entendemos muy bien el por qué: el voto, supuestamente un medio de participación, es de hecho el instrumento de desposesión, y nada es más importante que preservar el magisterio de los despojadores -los editorialistas en particular que, creyéndose gobernadores de las opiniones, se identifican imaginariamente con los gobernantes [reales] como tales. Y luego, el voto es la competencia electoral, la cocina partidista, los sondeos, las alianzas, las traiciones, las maniobras, los “egos”, tras bambalinas para “informados”, las fuentes y las confidencias, el paraíso del periodismo de cenas: el vacío y la insignificancia. Hay pocos medios donde la “sección política”, supuesto lugar de la élite local, generalmente caldo de cultivo de futuros editorialistas, no sea una concentración sin igual de pobreza intelectual.
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Lógicamente, desde la editocracia, Macrón es plenamente legítimo puesto que fue elegido (sea como sea). Por lo tanto, tiene derecho a hacer lo que quiera, y en particular a masacrar las pensiones, siempre que sea dentro de las formas. Pero aquí las formas le dan casi toda latitud. Todo lo que se le oponga por medios distintos a los procedimientos usuales caerá de hecho en la barbarie política.
Fetiche [fetichismo] del procedimiento. Sólo hay una fuente de legitimidad: el proceso electoral. Framont intenta volver a explicar la idea de la fragilidad del mandato. Laure Adler: “¡Pero es un voto de todas formas! ". Karim Risouli[ii]: “¡Llegó primero en la primera vuelta! ". [François] Ruffin[iii], el mismo intento sobre France Inter, [Lea] Salamé[iv], exactamente las mismas palabras, armonía de ánimos, pero esta vez al límite de los ladridos: “¿Quién llegó primero en la primera vuelta? ¿Quién salió primero? ¿Fue Jean-Luc Mélenchon[v] quien ganó? ". Encuestas contra [Macrón] a 75%, manifestaciones por millones: nada importa. Nada cuenta excepto el voto, y solo el voto cuenta.
Decir "legitimidad" y no saber lo que se dice
En política, el formalismo jurídico es el asilo de la estupidez. Obstinarse en pensar la legitimidad únicamente a través de la devolución procesal (del sufragio) es la certeza de no entender nada de todo lo que hace la política en su más alto sentido: los levantamientos [irrupciones, nacimientos súbitos]. Los rostros espantados frente a los "chalecos amarillos" [«gilets jaunes»] siguen vivos en el recuerdo, y siempre es un ejercicio gozoso imaginar a Apolline de Malherbes[vi] o Nathalie Saint-Criq[vii] [periodistas del establishment] comentando un directo desde la Bastilla el 14 de julio de 1789.
El editorialista de Le Monde y Thomas Legrand[viii] también habrían repugnado tanto desorden e irregularidad: después de todo, ¿no era enteramente legítimo el Rey? Su propio procedimiento de devolución ciertamente no era el sufragio sino el linaje, que no deja de ser un procedimiento, en todo caso una regla. Y si difiere en casi todo del derecho constitucional, el derecho divino es ciertamente un derecho en su género: una forma, no pura arbitrariedad.
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“En casi todo”, entonces, sin embargo: con un elemento común. Un elemento cuasi auraico, el que, precisamente, hace que la gente diga “legitimidad” en ambos casos, sin saber lo que uno está diciendo. Detrás de las auras, sugieren las ciencias sociales, siempre encontramos lo mismo: creencias. La naturaleza social de la legitimidad es ser del orden de la creencia. Las unciones de legitimidad no son otra cosa que las de la creencia [la fe]. La formalización en un procedimiento legal no cambia nada: es el procedimiento mismo, su poder de devolución, el que se convierte en el objeto “intermediador” de creencia. El “elegido”, en los dos sentidos del término, sólo se sustenta, en última instancia, en la creencia: la creencia en la validez de la forma que ha hecho su elección.
Podría ser una definición más general de la crisis orgánica: cuando el marco formal de normas y procedimientos ya no es suficiente para contener lo que debía regular. Tautológicamente, eso se desborda.
Comprendemos que es de suma importancia reproducir la creencia: todo el orden político está suspendido allí. Explica mucho la fragilidad del edificio. Porque toda creencia admite su punto de ruina. A lo que siempre se llega por la misma razón: porque los beneficiarios de la creencia han abusado de ella, porque han ido demasiado lejos. En 1789 se derrumbó la creencia que sustentaba la legitimidad del derecho divino. En la crisis orgánica del capitalismo contemporáneo, la creencia en la devolución electoral de la legitimidad está en proceso de desmoronarse. Como el pensamiento de los que no conocen otro principio político. Así que los vemos horrorizados y estupefactos, con la mente acelerada, sin el menor control sobre los acontecimientos en curso. En una revolución, los gobernantes terminan aturdidos por haber sido derrocados, pero sobre todo sin haber comprendido nada. Solo sugerí que comieran brioche [cf. Marie Antoinette], ¿qué les pasó? Les ofrecí exoesqueletos o si no cruzar la calle [E. Macrón], ¿qué mosca les picó?
Podría ser una definición más general de la crisis orgánica: cuando el marco formal de normas y procedimientos ya no es suficiente para contener lo que debía regular. Tautológicamente, se desborda. De ahí la inanidad de los recordatorios al marco: "¡Pero es un voto de todos modos! “, “ ¿Quién ganó en la primera vuelta? ¿Quién? ". Precisamente porque el marco, la creencia en la validez del marco, se está desvaneciendo.
La bancarrota de las instituciones.
En realidad, no hay misterio alguno: la creencia en las instituciones se está derrumbando porque las instituciones han quebrado [colapsado] y simplemente ya no es posible creer en ellas. Promesa formal de mediación entre gobernantes y gobernados, hace mucho tiempo que no median nada [las instituciones], incluso hacen lo contrario de lo que se suponía que debían hacer: cimentan la separación. He aquí donde están los fanáticos del poder sólo-legal-sólo-legítimo, incluidos los editorialistas embarcados: escudriñando las componendas con Les Républicains[ix] para poder celebrar como conclusión "incuestionablemente democrática" que el 49.3 habrá sido evitado… [artículo de la constitución de 1958 que le permite a un gobierno de validar un proyecto de ley sin el voto en la Asamblea Nacional]. El nivel de “democracia” nunca termina de derrumbarse.
En la cima [del poder], ya no llega nada más, y simétricamente nada más se escucha, nada más se oye, sobre todo nada más responde [a los ciudadanos], salvo a la manera de lo que los ingleses llaman deliciosamente paying lip service, hablar de los labios para afuera: cumplir con el deber de decir algo con solo hacer el movimiento de labios y sin decir nada. Es decir, nada coherente, sino una mezcla de desmentidos y antífrasis: “La reforma tiene razón”, “Estamos escuchando”, “Escuchamos las inquietudes”, “Estamos atentos a la inserción laboral de los adultos mayores”.
La patología política de la separación toma un giro crítico en la Quinta República [1958] cuando las instituciones, naturalmente desreguladas, caen en manos de un individuo especialmente desregulado [E. Macrón]. Todas las tendencias del régimen, muy observables desde su nacimiento, son llevadas allí a un punto de agravamiento sin precedentes: el punto de abuso que prepara las ruinas.
Destrucción del lenguaje, destrucción del debate
Es porque el individuo en cuestión [E. Macrón] ha ido más allá del lip service, de la palabrería ordinaria, y está llevando el discurso político a un registro absolutamente sin precedentes. Por ejemplo, primero dijo: “¿Debe elevarse la edad legal [de la jubilación], que ahora es de 62 años? No lo creo. Mientras no hayamos solucionado el problema del desempleo en nuestro país, francamente sería hipócrita”. Luego dijo: “La reforma de las pensiones es fundamental, es vital”. Primero dijo: “Muchos de nuestros compatriotas votaron por mí, no para apoyar las ideas que tengo, sino para bloquear a la extrema derecha. Soy consciente de que este voto me obliga en el futuro”. Luego dijo: “No podemos pretender que no hubo elecciones hace unos meses. Es una reforma que ha sido validada democráticamente”.
No tiene relación directa con las pensiones, pero es útil identificar de qué se trata: constantemente haciendo que los periodistas de servicio escriban sobre su determinación de "contrarrestar al Rassemblement national»[x] (RN) y a su candidata, organiza un seminario de gobierno que concluye en estos términos: " Fui yo quien la enfrentó dos veces. En 2027, no seré candidato, por lo que no seré responsable de lo que sucederá”. Por lo tanto, ya no nos sorprende escucharlo decir: “Es mi marca registrada, siempre le he dicho la verdad a la gente”. ¿En qué mundo enteramente psíquico, separado de toda realidad, vive este hombre? ¿Cómo podemos seguir considerando lo que sale de su boca sino como puros y simples fenómenos sonoros?
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Es bastante obvio que ya no se trata de la mentira política común, la mentira pintoresca y bonachona à la Pasqua [Charles Pasqua, ministre de Jacques Chirac] para el que las promesas solo obligan a quienes las reciben, o rebosantes de salud à la Chirac declarando tan pronto fue elegido en 1995 “Les asombrará lo que voy a mentirles”. El mentiroso sabe perfectamente que miente. Macrón, está poseído por sus verdades del momento. Estamos frente a un individuo para quien las palabras no tienen un significado o valor estable, excepto el valor de su placer cuando las emite de la boca. Estamos ante un individuo que ha destruido el sentido de las palabras, por lo tanto, la condición de posibilidad de toda discusión. Si es cierto que la política 'democrática' trata en primer lugar del discurso o, como decimos, 'debate', ¿qué queda del 'debate'? y, en última instancia, ¿qué queda de esta política, cuando los términos han sido a tal punto destripados?
Lo que el psiquismo de Macrón comprende de la palabra "debate" se hizo evidente durante los "chalecos amarillos" con, precisamente, el "Gran Debate", transformado instantáneamente en un Gran Monólogo. O con la Convención Ciudadana por el Clima, asegurada (previamente) de que todas sus propuestas serían aceptadas incondicionalmente, e invitada (después) a largarse.
Medimos hasta qué punto la editocracia es el último bastión de la creencia en el “debate democrático”, del que, sin embargo, ve metódicamente destruida ante sus ojos la condición esencial, pero sin sacar la menor lección. Es cierto que, en su caso, el “debate democrático” sólo tiene valor real si llega siempre a las mismas conclusiones. Por lo tanto, basta con que se confirmen las conclusiones para que se tenga por celebrado el debate.
Un desquiciado está atrincherado
Por un argumento a fortiori, entendemos que el fuera-del-debate, al que necesariamente se resignan todos aquellos que durante tanto tiempo han experimentado la destrucción del debate, comprendemos que este fuera-del-debate provoca en la editocracia tales sentimientos de horror. ¿Qué otra posibilidad queda, sin embargo, cuando, entronizado sobre las ruinas del lenguaje, el enloquecido [Macrón] está además atrincherado en las instituciones de la Vta [la constitución de la quinta República, 1958] desde las cuales puede hacer lo que quiera? ¿Cómo imaginar que las manifestaciones de República-Nación [plazas emblemáticas en Paris] pudiesen provocarle el más mínimo parpadeo? Si fuéramos 5 millones en las calles, él seguiría de pie frente a sí mismo, mirando alucinado. En el cruce del debate y del fuera-del-debate, la manifestación es, sin embargo, un signo. Pero su eficacia no sólo puede ser simbólica. Es decir, supone al “frente” a un gobernante que todavía posea alguna moralidad común con los gobernados y que sea capaz de recibir el signo. Por ejemplo, en la década de 1970, los asalariados japoneses se declararon en huelga mientras seguían trabajando, pero con un brazalete que indicaba su condición de huelguistas. Los brazaletes surtieron efecto porque el patrón reconoció el mensaje, y abrió inmediatamente negociaciones en cuanto los vio aparecer. Imaginemos la escena "a la francesa": " Los he comprendido, los escucho, [pero] sigan trabajando bien - manada de imbéciles". En el macronismo, es decir, en el nivel superior de esta pocilga moral en que se ha convertido el capitalismo moribundo, la manifestación (pacífica) se ha vuelto literalmente insignificante, y ya no es posible que nadie la saque de ese vacío, de esa insignificancia.
Hay sólo una conclusión que se puede sacar de esto: dado que, hasta el signo "manifestación" ha sido cancelado del lenguaje, y con él la fuerza de lo dialógico, sólo queda la fuerza material como método frente al desequilibrado para que dé su brazo a torcer. Por lo demás, los profesionales de estas situaciones lo saben bien: un loco atrincherado debe ser desalojado. Al menos se lo desconecta.
Desconectarlo
No hay objeción racional que contradiga el hecho de que, demolido el debate, solo puede seguir lo que nada más puede ocurrir en política si no es el pasar por el fuera-del-debate. Así lo habían entendido perfectamente los 'chalecos amarillos' [gilets-jaunes]. Pero, por admirable que hayan sido, una de las debilidades de su movimiento fue, sin embargo, su distancia con la producción y los asalariados. No es así en la situación actual, que ofrece una oportunidad inigualable para recordar que el poder logístico, el poder sobre los flujos vitales del capitalismo, la energía, el transporte, los muelles, está en manos de los trabajadores. Para quienes lo poseen concretamente, el poder logístico es también un poder de embolismo: el poder de detenerlo todo. Que la economía esté de rodillas por haber sido embolizada, en cierto modo al maniático no le importa. Uno al que sí le importa mucho es el capital. En tiempos ordinarios, el capital permite a su apoderado, a su delegado, hacer lo que cree conveniente, y que llega a creerse el poder mismo, pero, cuando se hace necesario, sabe recordarle el sentido de las jerarquías, entre el poder que delega y el poder que es delegado. En 2019, durante los "chalecos amarillos", son los patrones, aterrorizados, los que pedían al Elíseo [palacio] soltar lastre y que todo eso pare. No será diferente esta vez en que el capital exigirá que dejemos de sacrificar su volumen de negocios en aras del honor del loco. Si se trata de desenchufarlo, y aquí está todo lo sabroso de la situación actual, que se sumaría al beneplácito general: se le hace jalar el enchufe a «otro", y no un a cualquiera: el Medef. [Mouvement des entreprises de France, primera asociación, sindicato de empresarios]
Para que eso suceda, habrá que hacerle intolerable el costo del bloqueo, lo que supone: 1) la huelga prorrogable, e incluso la HDI, la huelga de duración indefinida; 2) concentrada y simultánea en todos los sectores clave. Entonces 3) fondos de huelga sobre armados a los que contribuirían todos aquellos que, un poco más lejos del frente, no necesitan abandonar salarios al empleador por "huelga" por nada, sino que podrían devolver a los fondos de huelga el equivalente de sus jornadas de "auto-huelga".
La prensa burguesa
No se equivoquen: desde el momento en que esta línea se perciba como tal, desde el momento en que comience realmente la confrontación, con los medios que la confrontación requerirá, toda la prensa burguesa se desatará nuevamente. Por el momento tolera más o menos que dos millones andemos por la calle, con tal que uno sea muy amable y que [sobre todo] no se nos tome en cuenta. Pero esto es lo que ella ya no tolerará: una deducción lógica, la que lleva a la conclusión de que no hay otra forma de doblegar al loco sino salirse del marco [burgués] y jaquear la economía. No hay lucha social que no sea una lucha contra la burguesía y, más o menos, la prensa no es más que el órgano parcialmente inconsciente de la burguesía. En consecuencia, una lucha social adquiere necesariamente el carácter secundario de una lucha contra la prensa burguesa. Tan pronto como una lucha de este tipo produce la más mínima incomodidad para la burguesía, la prensa burguesa se lanza con todas sus fuerzas al conflicto. Sabemos de antemano lo que dirá, es un estereotipo lamentable, estamos completamente listos para ello, y esta vez somos nosotros quienes la ignoraremos.
Lea también : Nicolas Da Silva, « Novembre-décembre 1995, qu’en reste-t-il ? », Le Monde diplomatique, février 2023.
Como en 1995, como en 2005 con el Tratado Constitucional Europeo (TCE), como en 2016 con la Ley del Trabajo, como desde 2018 con la continua serie de ataques de Macrón, como en todas las grandes ocasiones en que se disputa su poder, la burguesía está cerrando filas alrededor de su prensa.
Es que ellos no deben permitir que crezca la idea de que la legitimidad y el poder informal pueden existir fuera de las instituciones y de sus trámites, de sus procedimientos, ya que las instituciones y los procedimientos garantizan el poder formal.
Como ha demostrado ampliamente la historia, la burguesía está dispuesta a mantener hasta el final la exclusividad del procedimentalismo legal, siempre que en él se reflejen sus intereses. Hitler es elegido “democráticamente” y Pétain recibe plenos poderes “dentro de las formas”. Siendo legal, ¿no debería considerarse legítimo todo lo que siguió? A esto conduce inevitablemente el fanatismo del orden jurídico abandonado a sí mismo sin ningún principio regulador externo. En 1940, [Charles] De Gaulle era un hooligan, un Black-Bloc con quepí, un terrorista.
Otro uso de la libertad.
No es necesario llegar a estos casos extremos para ver lo que realmente está pasando con el sufragio, más aún en las condiciones de su organización burguesa, es decir bajo la dirección de la prensa burguesa, máquina por excelencia de embrutecimiento [del ciudadano] y de anulación de toda política real. La prueba de ello la han vuelto a dar las elecciones de 2022 [en Francia], en las que a nadie se le habrá escapado que borraron metódicamente las cuestiones más urgentes del momento, las del desmoronamiento de los servicios públicos, la catástrofe climática... y las pensiones de jubilación —cuyo resurgimiento hoy tiene todo de némesis [venganza] (y de una acusación). La campaña no fue más que una disimulación gigantesca, un flujo continuo de estupideces mediáticas comentando el vacío, sin hablar nunca de lo pleno, o hablando de ello solo en términos tan superficiales y estúpidos que no podía salir nada más que superficial y estúpido. La última vez que una campaña se convirtió en política real fue la campaña del referéndum del TCE [Tratado Constitucional Europeo] en 2005. Allí, la política estaba en todas partes. En una presidencial {elección] o en una legislativa, no está en ninguna parte.
Lógicamente, la política negada aquí está condenada tarde o temprano a reaparecer allá, pero, también lógicamente, en formas que no serán lo mismo “allá” que “aquí”. ¿Cómo, cuándo despierte, la política real no se derramaría en otro lugar que no sea donde fue enrejada? Es decir, en la calle, que se convirtió, por defecto, en el lugar real de la política real. Estamos en eso. Más aún en un momento en que el pasivo de los gobernantes solitarios se ha vuelto astronómico y habrá que saldarlo de una forma u otra.
Y como hemos llegado justo a este punto, en el que hay que hacer ajuste de cuentas, no está eliminada la idea de regresar a Macrón a Le Touquet [su residencia de playa], lo que no quedaría fuera del perímetro de la legitimidad que se está redefiniendo -para gran escándalo del partido de las "instituciones". Es que al hacer [Macrón] escandalosamente la política de su riquísima clientela ultra minoritaria, Macrón se sentó, ¡por segunda vez! – sobre las circunstancias excepcionales de su elección. De esas circunstancias había surgido un particular contrato de legitimidad, implícito, pero perfectamente claro. Un contrato que él mismo había reconocido al admitir que lo "obligaba". Como de costumbre, la "obligación" era solo una palabra vacía, esperando ser reemplazada por otra. Los hechos, sin embargo, están ahí: fue el propio Macron quien, en dos ocasiones, fingió creer que su mandato estaba completo y rompió el contrato impuesto por sus elecciones cojas. ¿Por qué, en estas condiciones, nos apegaríamos a un contrato que la otra parte ha pisoteado, y qué principio por nuestra parte podría impedirnos denunciarlo? No tenemos necesidad de esperar hasta 2027. De ninguna manera es contrario a la legitimidad revindicar que Macron ahora acompañe su proyecto de reforma [de las jubilaciones] al basurero de la historia. Pero aún más profundamente, algo más está en juego en estos maravillosos momentos que son la abominación de la burguesía y de su prensa, algo más esencial, que es del orden del redescubrimiento de la libertad.
En el Contrato Social, Rousseau, hace dos siglos y medio, ya lo ha visto todo, lo ha comprendido todo: “El pueblo inglés se cree libre; está muy equivocado. Es solo durante la elección de miembros del parlamento; una vez que son elegidos, [nuevamente] es esclavo, nada más. En sus breves momentos de libertad, el uso que hace de ella bien merece que la pierda” (1). Hemos tenido suficiente de nuestra propia estupidez, hemos tenido suficiente de ser “nada” y de ser “esclavos”. Esta vez vamos a hacer otro uso de la libertad.
Frédéric Lordon
(1) Libro III, capítulo XV: "Diputados o representantes.”
Por Frédéric LORDON 07-02-2023 in La pompe à phynance,
Les Blogs du "Diplo" mars-2023,
versión castellana por Luis BASURTO
Frédéric Lordon es economista y filósofo. Es el autor de
- Jusqu’à quand ? Pour en finir avec les crises financières [¿Hasta cuándo? Poner fin a las crisis financieras] Raisons d’agir, 2008.
- Capitalisme, désir et servitude [Capitalismo, deseo y servidumbre ] Marx et Spinoza, La Fabrique, 2010.
- D’un retournement l’autre [De una inversión a otra] Seuil, 2011.
- La société des affects [La sociedad de los afectos] Seuil, 2013.
- Structures et affects des corps politiques [Imperiium. Estructuras y afectos de los cuerpos políticos] La Fabrique, 2015.
[i] Révolution Permanente, Organización trotskista francesa
[ii] Nicolas Framont, francés, sociologo, ensayista
[iii] Laure Adler, francesa, animadora, ensayista, productora, periodista
[iv] Karim Rissouli, franco-marroqui, periodista
[v] François Ruffin, francés, periodista, ensayista, cineasta, diputado de izquierda LFI (Francia Insumisa)
[vi] Lea Salamé, franco-libanesa, animadora, periodista radio y TV
[vii] Jean-Luc Mélenchon, francés, docente, periodista, senador, diputado, dirigente LFI
[viii] Apolline de Malherbe, francesa, periodista sur RMC et BFM TV, canales de TV privados
[ix] Nathalie Saint-Criq, francesa, periodista en el canal France 2, canal del Estado
[x] Thomas Legrand, francés, periodista, en la radio France Inter, radio del Estado
[xi] Les Républicains, partido político de derecha, heredero de la UMP y del RPR de J. Chirac
[xii] Rassemblement National, partido político de derecha, nacido de la mutación del Front National