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Billet de blog 3 juin 2020

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¡Instagram como mercantilización de mi gusto estético!

Parece que hemos llegado al punto de comunicar a través de las imágenes. En esa época, nuestras propias individualidades se volvieron productos de venta. Instagram y las otras redes sociales no carecen de responsabilidad en la transformación de las interacciones sociales.

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Illustration 1
Illustration instagram © Public Domain

¿Instagram como vitrina de quién soy?

Ante todo, ¿Qué es Instagram? Se trata de una red social (también aplicación móvil) que fue creada en 2010 por el estadounidense Kevin Systrom y el brasilero Michel Krieger (1) . La aplicación permite a su utilizador compartir fotos / videos (y textos, generalmente acompañados de “hashtags”) en su sección de noticias. Luego, cada utilizador puede suscribir a diversas cuentas con la opción “seguir”. Al revés, los otros utilizadores pueden seguir tu cuenta. Instagram pone a disposición del utilizador la posibilidad de dar “likes” y comentar en tiempo real las publicaciones de los demás. Además, viene con una opción de “chat” privado en el cual puedes discutir con otros utilizadores.

En tu perfil, tu “mini-biografía” es la introducción al espacio íntimo que constituye tu cuenta. Es el comienzo del relato, del “strory-telling”, sobre ti-mismo que quieres vincular a los demás. Tienes que alimentar tu cuenta con contenido original (fotos o videos y textos). Eres libre de subir lo que quieres en la medida de tus posibilidades. La idea es darle mantenimiento a tu “diario de a bordo” virtual, acumulando publicaciones que te representan. Así, tratas de publicar lo que corresponde a tu identidad propia.  A través de la red podemos saber algo de tu propio sistema de valor en el sentido que podamos jerarquizar tus publicaciones según varias categorías; la frecuencia de tal o tal contenido (música, deportes, actividades manuales).

Sin embargo y por otra parte, parece que el sistema de valor se determina más allá del contenido; en la forma de tu cuenta; en la manera con la cual articulas los medios a tu disposición (el color dominante en tu perfil, el formato de tus fotos, los emojis usados, el tipo de letra…) que constituyera la singularidad y la originalidad de esa. Nada está hecho al azar, todo sigue un orden específico. Dicho de otro modo, tratando de representar nuestras identidades en la red, nos involucramos en una vasta operación de compartición de nuestro gusto estético.

En Instagram comparto mi gusto estético, es decir, “mi percepción de la belleza (en su sentido global) en las cosas” (2), es mi propio juicio sobre mis propios ideales. En esa línea, “seguir” no significa meramente y literalmente “seguir la actividad digital de esa persona” sino más bien; “adherirse al gusto estético de esa persona, a su identidad", a su “story-telling”.En Instagram parece que me estoy construyendo en la medida que los demás me construyen; me estoy poniendo en contacto con personas que “me parecen” (que comparten mi gusto estético) y a una escala mundial. De esa manera, me convenzo de quien soy a través la identidad que vinculo en mi cuenta y según la adhesión de los demás a esa.

¿Instagram como vitrina de quien quiero ser y de cómo quiero que los demás me vean? 

Puede ser que la carrera al reconocimiento social sea la causa principal del control y del manejo que tiene uno sobre su imagen pública. De hecho, se ilustra simplemente con el contenido precisamente seleccionado. En general, se usan fotos que nos convienen a condición de que nos veamos atractivos / vendibles. En ese sentido , nuestra remuneración informal reside en “los likes” y los comentarios de los otros utilizadores. Entonces ¿qué tanto representa mi identidad lo que estoy vinculando a través de Instagram? Lo que soy está constituido de mis partes socialmente aceptables y otras inaceptables / rechazadas. Usando los conceptos de S. Freud,  finalmente, el yo, siendo la síntesis del superyó y del ello, trata constantemente encontrar un equilibrio entre el endurecimiento absoluto de la vida y el desencadenamiento total de mis pasiones inaceptables.

Entonces, volviendo a nuestro tema, sería interesante preguntarse qué parte de mi estoy representando en mi red social. Obviamente, mis publicaciones derivan de una operación minuciosa de selección pasando por el filtro del superyó que trata ocultar toda potencial expresión del ello. En el supuesto que nuestra identidad es compleja y “no fijable” no podemos admitir que nuestro perfil Instagram nos representa tal que somos. De hecho, se trata más de una amputación de nuestra identidad, rechazando una parte de lo que nos anima.

No somos “autónomos” en nuestras vidas virtuales tampoco . Más bien, somos una mezcla de varios elementos que agarramos en la red (“víctimas” de los efectos de moda, consumidores de las tendencias vendibles…). En este sentido, no se trata de “autenticidadcomo si desde siempre hubiéramos sido fieles a nuestra esencia profunda. Nuestras identidades son fluidas y liquidas. El dinamismo que nos rige (como el tiempo, que tiene un efecto palpable en el físico) nos impide ser “puros”.

Además, en el contexto de “algoritmización” de nuestras identidades numéricas/digitales, ese proceso de sincretismo de elementos dispersos y diversos se acelera. Ya no tenemos el control absoluto sobre el contenido que  estamos consumiendo. Los cálculos desmesurados de los algoritmos que gobiernan esas aplicaciones tienen un impacto fáctico en nuestros gustos. Otra vez ; ¿Qué tanto soy yo a través de mis búsquedas en la red ?, ¿ qué tanto elijo mis influencias y hasta qué punto dispongo de mi libro albedrio ?, ¿ Estaríamos llevando “mascaras” ante los demás; mascaras que se pegan cada vez más a nuestros rostros reales y íntimos?

¿Instagram como simple síntoma de una enfermedad global?

Tal vez, esa tendencia no es la causa de la dispersión y de la perdición de nuestras identidades sino que es un efecto de un contexto más global : la sociedad del espectáculo. Es a la vez el nombre de un libro (3) , de una película y por extensión de un concepto filosófico que idealizó el escritor, poeta, director y revolucionario francés Guy Debord. Citándolo, la sociedad del espectáculo “no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre personas vinculada a través imágenes”.

Según él, después de la segunda guerra mundial el capitalismo ha sido alterando los deseos de las personas (sujetos consumidores) guiándolos a través lo consumible gracias a las industrias culturales recientemente nacidas (Televisión o cinema). A través de esos canales podían vincular imágenes vendibles para impulsar efectos de modas por ejemplo. Si ayer ese poder lo poseía la televisión, hoy en día, esa potencia la tienen otros medios audio-visuales como Instagram. El filósofo francés Bernard Stiegler usa el concepto de “Mediocracia”(4) para aprehender el poder de los canales audio- visuales sobre la mentalidades. Probablemente, como lo piensa B. Stiegler, la búsqueda de audiencia mató la opinión pública. Es decir que la mercantilización del discurso mediático manchó la democracia y la capacidad de razonar de cada quien.

La teatralización de nuestras vidas está impulsada por las opciones de “stories” recién nacidas en las redes sociales y particularmente usadas en Instagram. Nos permiten publicar, seguido, nuestra “historia”. A consecuencia de que se realice un permanente y diario “story-telling” que divide nuestro tiempo, nuestras actividades y nuestras vidas. Esa opción técnica se convirtió por algunos utilizadores en verdaderas necesidades psicológicas que consisten en compartir casi “en tiempo real” las imágenes de sí mismos. Hay que compartir permanentemente lo que consideramos compartible. No es de extrañar que, luego, crearon opciones de “live / directo” para que la trama de nuestras vidas digitales, no solamente siguiera siendo “segmentada”, sino que sea cada vez más fluida y alienada con el tiempo real. Estamos participando a un permanente espectáculo de nuestras vidas presentándonos en la escena digital ante nuestras audiencias de “seguidores”.

Sin embargo, en el caso de Instagram, lo que se mercantilizó son las personas mismas con sus ideas, sus cuerpos, sus gustos estéticos. El caso de los “influencors” es la concretización de esa dinámica. Siendo personas seguidas por miles y a veces millones de suscriptores, ganan dinero a través de las cooperaciones que realizan con marcas. Aquí culmina la tendencia a vender todo. Un grupo de videastas francés en una de sus producciones que trata del “Big data” dijo “cuando es gratis, es que tú, eres el producto”(5). Efectivamente lo que se busca con esas aplicaciones a acceso gratis es la recolección de datos personales que acumulan esas empresas para (a corto plazo) subirnos anuncios de ventas personalizados. A través del mercado mundial de datos personales, en un sentido somos productos lucrativos; somos las mercancías.


(1) Comunidad Wikipedia. (2020). Instagram. 09/02/2020, de Wikipedia Sitio web: https://es.wikipedia.org/wiki/Instagram

(2)  Comunidad wikipédia. (2019). Goût esthétique. 09/02/2020, de Wikipédia Sitio web: https://fr.wikipedia.org/wiki/Go%C3%BBt_(esth%C3%A9tique)

(3) Guy Debord. (1967). La société du spectacle. Paris: Buchet/Castel

(4) Bernard Stiegler. (2006). La télécratie contre la démocratie: Lettre ouverte aux représentants politiques. Paris: Champs essais

(5) Data Gueule. (2014). Big data : données, données, donnez-moi ! - #DATAGUEULE 09/02/2020, Sitio web: https://www.youtube.com/watch?v=5otaBKsz7k4

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