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Billet de blog 19 mars 2023

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"¿Sabe usted qué reserva de rabia acaba de liberar?"

En un texto para Mediapart, el escritor Nicolas Mathieu se dirige a Emmanuel Macron y a su gobierno: "El ejecutivo es ciertamente legítimo mecánicamente, en virtud de los textos y de la solidez de nuestras instituciones, pero ha perdido lo que da vida a la verdadera legitimidad política en democracia: un cierto grado de apoyo popular."

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Hoy, al final de este lamentable episodio de la reforma de las pensiones, ¿qué queda de Emmanuel Macron, de este poder tan singular, surgido de la nada, creado a toda prisa, "task force" en misión liberal que supo jugar con el rechazo de la extrema derecha y el hundimiento de las viejas fuerzas para "implantar" su "proyecto" en un país donde tan pocos ciudadanos lo quieren? ¿Qué queda de este poder, de su derecho a ejercer su fuerza, a hacer respetar sus decisiones, qué queda de su legitimidad?

Por supuesto, la primavera pasada se celebraron elecciones, se votó para elegir un presidente para el Elíseo, diputados para la Asamblea, se nombró un primer ministro, se constituyó un gobierno. Todo ello se hizo conforme a la ley. Las instituciones han hecho su pesado trabajo de ordenar y establecer, y han sentado en sus tronos a estos amos de una temporada.

Por supuesto, la República sigue ahí, con sus secretos, su orden vertical, su policía, su ley, este extraño rey en la cima, una Constitución que ejecuta sus caprichos, unos cimientos que se hunden en dos siglos y medio de desórdenes y guerras civiles. La máquina funciona, legal, incuestionable a ojos de los juristas, cada engranaje en su sitio, plácida bajo la bandera.

Pero la legitimidad no es una entidad única.

Se la puede medir, comparar y sopesar. ¿Qué podemos decir de un presidente elegido dos veces pero sin un verdadero pueblo que apoye su política de gestores, adinerados y jubilados distraídos, su régimen de altos ejecutivos y asesores sobrepagados, un presidente elegido dos veces con los votos de sus adversarios, que no lo apoyaron tanto como para utilizarlo afín de evitar lo peor, un presidente que ni siquiera tuvo derecho a un estado de gracia de quince minutos en 2022?

¿Qué decir de una Asamblea sin mayoría, que llegó un mes más tarde y que expresa por sí sola, a través de su abigarrada composición, toda la desconfianza de un país, el rechazo amplio e inmediato de un programa, y de los lemmings presidenciales que se habían ilustrado ampliamente durante cinco años por su seguidismo zombi y un amateurismo que habrá sido la única disrupción real de su mandato?

¿Qué decir de un gobierno que lleva a cabo reformas en las que apenas cree, que hace pasar con fórceps el articulo 49-3, que se atasca y se empantana, incapaz de disciplinar a sus tropas, incapaz de reunir a los aliados que le faltan?
¿Qué decir de este poder que se asienta en una cascara de nuez de aprobación y gobierna como después de un plebiscito, desprecia a los cuerpos intermedios, a la calle, a los empleados, al hospital, a la escuela, recibe a Jeff Bezos en plena crisis social para darle una medalla, aunque no se haya dignado a escuchar a quienes lo llevaron ahí?

Este poder, que sólo puede considerar el bien común a través del prisma del rendimiento colectivo, que ha sustituido los números por las vidas, que confunde, en su lenguaje de comité ejecutivo, lo alto y lo bajo, la derecha y la izquierda, lo próximo y lo lejano, que miente sin pudor y cree que puede superarlo todo "asumiendo", este poder es tan legítimo como que la tierra es plana, es decir, relativo al lugar desde el que se mire. Es tan legítimo como que yo soy zapatista, es decir, muy poco. Es legítimo como Nixon después del Watergate, es decir, cada vez menos. Es legítimo mecánicamente, en virtud de los textos y de la solidez de nuestras instituciones, pero ha perdido lo que da vida a la verdadera legitimidad política en una democracia: un cierto grado de apoyo popular.

Y esta última demostración de fuerza, este 49-3 que supuestamente estaba excluido, si no le impide mantenerse en su puesto y llevar a cabo sus políticas, completa su descrédito.

Ya no esperamos nada de este poder. Ni grandeza ni consideración, y sobre todo que nos permita esperar un futuro admisible. Lo dejamos a sus cifras, a su torpeza y a su autosatisfacción. Ni un decreto más, ni una ley más, ni una promesa más nos llegará sin provocar un encogimiento de hombros. Ya no prestaremos atención a sus frases grandilocuentes, a sus sarcasmos. Se lo dejamos a sus amigos, a los que tan bien sirve. Su prestigio ha desaparecido y tenemos toda la historia para avergonzarle.

Y sin embargo, a pesar de la consternación que nos inspira la situación actual, soñamos con agarrar del brazo a un diputado o a un senador, a un director de gabinete o a un ministro, para preguntarle, en un pasillo, susurrándole y mirándole:

"¿Te das cuenta? ¿Eres siquiera consciente de lo que has hecho?

¿Sabes la reserva de rabia que acabas de liberar?

¿Has pensado en esos cuerpos doblados, retorcidos y sobrecargados de trabajo que se esclavizarán por tu culpa hasta que enfermen, hasta que mueran tal vez? ¿Has pensado en el bulevar que has abierto para los que prosperan gracias al rencor, la ira y el resentimiento? ¿Has pensado en 2027 y en el fin de mes en las ciudades pequeñas, en los barrios, en los votantes que están fuera de sí y amargados, en llenar el depósito de gasolina y en la dificultad de ofrecer vacaciones a sus hijos, en esas personas que están tan mal atendidas, en esos niños que no serán médicos ni abogados porque en primer curso no tomaron la opción correcta?

¿Has pensado en esas mujeres que friegan retretes y hacen camas en los hoteles, esos trabajadores en turnos de tres, esos conductores en horarios escalonados, los camioneros, las enfermeras, las cuidadoras de niños, los hombres y mujeres que enseñan a niños de 3, 4 o 5 años, los empleados en sus “open space” estresados hasta la médula, dsclasados por cada nueva generación que sabe más de tecnología digital y más veloces, los hombres que morirán pronto y sus viudas, esos compañeros de ojos pesados que beben en el bar después de doce horas de trabajo, con mono de trabajo, pintura o grasa en las manos, y las mujeres que se llevan la peor parte, una vez más, porque son madres, porque son mujeres, esas miles de personas que empaquetan cajas en los almacenes de Amazon, ¿has pensado en eso?

¿Has visto que, como tú, sólo tienen una vida, y que sus horas no son sólo los datos ajustables de un cálculo que satisface tu gusto por el equilibrio y las exigencias aritméticas de los mercados? ¿Sabes que van a morir un poco más y de tu mano y que, en otras partes, el dinero fluye como si no supieras qué hacer con él? ¿Has pensado en este mundo sobre el que mandas y que ya no podría soportar estar continuamente racionado, reducido en sus alegrías, restringido en sus posibilidades, constreñido en su tiempo, privado de sus fuerzas y restringido en sus esperanzas?

No, no has pensado en ello. Pues este mundo es un charco de gasolina y vosotros sólo sois niños con una caja de cerillas.

(Traducido por mí del original publicado el 18/03/2023 en Mediapart

Nicolas Mathieu, nacido en 1978, publicó su primera novela, Aux animaux la guerre, en 2014, después escribió Leurs enfants après eux en 2018, que le valió el premio Goncourt (véase su entrevista en Mediapart ), y en 2022 publicó Connemara (todo en Actes Sud), por la que le entrevistamos. 

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