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Eso de decir que se “acata” una decisión concreta de un tribunal concreto es una obviedad: está respaldada por el poder coercitivo del Estado y no queda otro remedio que “acatarla”, someterse a ella. Pero de ahí a respetarla y, ya no digamos, compartirla media todo el espacio de las libertades de conciencia y de expresión del ser humano, un espacio más sagrado que cualquier ley o tribunal. La absolución de George Zimmerman por un jurado de Florida es, en concreto, escandalosa, y así lo entienden muchos estadounidenses, en especial entre la minoría negra.
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En un tuit del jueves 11 de julio, Maruja Torres escribía refiriéndose irónicamente a Barack Obama: “Éste merece ser blanco”. Sí, a tenor, entre otras cosas, de la saña con la que dirige la búsqueda y captura de Edward Snowden, Obama es tan “blanco” como George W. Bush, aunque, eso sí, mucho más listo.
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En un almuerzo en el Quirinal, en 1982, Leonardo Sciascia le soltó a Sandro Pertini : “La plaga de la mafia siciliana no podrá vencerse más que mediante un riguroso control bancario, y de esto, señor presidente, sólo usted puede convencer al Gobierno”.
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Ni los atracadores, ni los camellos, ni los yonquis, ni las putas, ni los abogados, ni tan siquiera los policías que trabajaban en la calle tenían entonces gabinetes de prensa, páginas web, blogs en Internet o cuentas en Facebook y Twitter. Por no tener, no tenían ni teléfonos móviles donde localizarlos en cualquier momento.
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Al pretender justificar por razones de “seguridad nacional” el espionaje a periodistas de la agencia Associated Press (AP), el Gobierno de Barack Obama recuerda a su predecesor, el de George W. Bush. Lamentable.
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Es una evidencia universal que Barack Obama es mucho más inteligente que su predecesor, George W. Bush, el papanatas que, hace diez años, tal día como hoy, el primero del mes de mayo, se exhibió a bordo del USS Abraham Lincoln para pregonar triunfalmente que Estados Unidos había ganado la guerra de Irak, y, en consecuencia, el mundo iba a ser mejor a partir de entonces.
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Nadezhda Nadya Tolokónnikova, estudiante de Filosofía de 23 años de edad, casada y madre de una niña, lleva ocho meses encarcelada en la prisión rusa de Mordovia. Allí pasa la mayor parte del tiempo cosiendo uniformes militares e intentando superar recurrentes dolores de cabeza.
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Nadie ha hecho más por la destrucción de la imagen de Nicolas Sarkozy que el propio Nicolas Sarkozy. En la noche de su victoria en las presidenciales de mayo de 2007, se fue a celebrarlo cenando con amigos millonarios y del mundo de la farándula en el lujoso restaurante Fouquet’s de los Campos Elíseos. De un solo golpe, todos sus discursos sobre su elevado nivel de sensibilidad social quedaron convertidos en palabrería de politicastro.